sábado, 20 de septiembre de 2014

PRESENTACIÓN OFICIAL DE LA NOVELA EN ÚBEDA

Llegó para mí un gran momento: Presentar mi primera novela a mi gente, a la ciudad que me adoptó hace tantos años para sentirme un ubetense más.
Verme rodeado de mis amigos/as, de mis compañeros/as, de mis paisanos/as… es para mí un sueño.
Os dejo la invitación. Daos por aludidos todos/as los que la leáis.
Nos vemos el miércoles, 24, a las ocho y media en el auditorio del Hospital de Santiago. 


Publicada la 4ª entrega de la novela

Para los/as que la estéis siguiendo, os informo que ya aparece en el apartado ¿Te apetece leerla? la cuarta entrega. Nos queda nada del primer capítulo.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Publicada la 3º entrega de la novela

Para los/as que la estéis siguiendo, os informo que ya aparece en el apartado ¿Te apetece leerla? la tercera entrega.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Una noche para no olvidar.

Mientras me preparaba para bajar a la imaginaria arena, como torero solitario que tiene una cita importante, traté de buscar en mi memoria si los nervios de una noche parecida de hacía 33 años eran similares, o tantos y tan puñeteros como los de esta noche. Aquella noche era la víspera de mi boda y esta la de la presentación de la novela en mi pueblo natal. Y decidí que debieron ser menores, o que ya estaban con tantas capas de vivencias por encima, aquellos nervios de la víspera de mi boda, que quedaban muy atenuados en mi recuerdo comparados con los que me hacían olvidar a última hora mi pequeño discurso o mi aparato de oír, por lo menos esas sirenas campanillas de artilugio de feria que me proporciona.

Eso me hizo llegar unos cuantos minutos tarde. Entré por detrás del escenario con los nervios agarrotando todavía más mis inciertos pasos, para recibir una primera impresión que no sé si aflojó los nervios o me los complicó más. El aforo que habíamos preparado en aquel marco incomparable, entre dos luces, la eléctrica y la del ocaso, estaba lleno y expectante. Incluso algunas personas se tenían que quedar de pie. Habíamos acertado en la decisión de hacerlo allí porque considerábamos reducida la capacidad del pequeño teatro local. La noche, extraordinaria, olía a amistad, a vecindad, a familiaridad. 

En seguida noté la presencia etérea de una monja, que no debía serlo, de las de clausura, que menos, porque para mí debía estar con su novio entre el público acompañándome a mí y acompañando a mi hija, su amiga, o interpretando alguna de esas melodías que tan bien sabe hacer y tanto me gustaban cuando oía. Y la noté porque en lugar de moverse algo, como ella me había dicho, se calmó todo: el calor sofocante del día cedió y el molesto aire de los ensayos que movía la pantalla de video se aplacó y nos dejó una noche ideal para tomar el fresco y comentar la novela entre amigos.  
A partir de ahí, empezaron las emociones. Las primeras con las palabras y las lágrimas de mi hija, a las que en seguida siguieron las mías. Era normal, no me las había leído antes. 

Luego, las intervenciones de mis amigos, que no las voy analizar en su parte técnico-artística (algún día las colgaré en este blog), sino solo en la emotiva: 
El primero Emilio Testa,
palabras de gran escritor y amigo, que me hacían redescubrir mi novela a la luz de una persona con mucho arte para la escritura, y que me hacían ahuecar como una gallina clueca. Gracias Emilio, otra vez desde aquí. Después, otro buen amigo Valeriano Romero y mi pequeño tesoro, Mari Carmen Niño,
que me traía recuerdos de su madre niña sentada en los bancos de mi clase, escenificaron un pasaje de la novela que todavía me emociona a mí al releerlo. El detalle final, inesperado, de Valeriano, regalando un canastillo de moras a su imaginaria nieta, fue la guinda a esa actuación. 

Siguieron las palabras de Juan Martínez, estas por sorpresa.
Fueron subiendo de tono hasta ponerme la piel de gallina (¿todo de gallina?), o mejor el cutis de ave, como decía un gran amigo mío, que resultó otra sorpresa encontrármelo entre el público. Las palabras de Juan, como digo, me iban poniendo un nudo que no podía deshacer porque iba dejando en el aire sentimientos, recuerdos profundos, hasta de detalles que yo no creía que fueran captables. Estas me las tendré que volver a leer cuando necesite otro chute de emociones.
Y llegó el momento en el que se aparta todo el mundo y se queda el torero solo. En la última lectura preparatoria, había pensado que sería una lectura más, que ya me había emocionado bastante al pensarla y al escribirla, y cuando se la leí a mi mujer, pero que, después de unas pocas lecturas no cabrían las lágrimas. Pues no puede evitarlo. Luego me entoné un poco con la lectura que hicimos Maite de la Rosa, Cristina Moral y yo de otro pasaje de la novela.
Ellas, magníficas, como actrices profesionales, que todo el mundo me felicitó por ello, y yo les traslado desde aquí esas felicitaciones porque si resultó atractiva la lectura fue por su presencia. Acabé a gusto, notando que la duración del acto no estaba resultando un fastidio sino un placer, por lo menos para los que me lo dijeron. Lo resumo en el comentario de una persona ya mayor: yo nunca había visto un acto así en Torres de Albanchez.

Luego vinieron los abrazos, las firmas, las sorpresas de encontrarme con gente a la que no esperaba, y también de echar de menos algunas ausencias.


Dedicatorias que llevaba preparadas y se me quedaron en el tintero. Justificadas unas, y otras que te dejan un pequeño hueco y una incógnita que alguna vez resolveré. Pero el balance final no puede ser más positivo.

Se deshicieron mis miedos, porque pensaba que en Torres de Albanchez había menos lectores, y  acabé sintiendo ese duende que dicen sentir los flamencos, que no es otra cosa que una especie de emoción común de estar compartiendo muchos sentimientos.

Solo me queda abundar en mis palabras de la entrada anterior: Mi agradecimiento al pueblo de Torres de Albanchez, por su respuesta y por su cariño, que es mutuo. Y a todas las personas que hicieron posible que resultara una noche para no olvidar, para mí mientras viva.