Una conversación deseada pero difícil, entre una
adolescente de trece años, ignorante de muchas cosas que debería saber, y una
mujer a las puertas de la muerte, sabedora de otras tantas cosas que debe
callar. Un diálogo que fluye en sintonía de sentimientos y emociones que despierta el terruño. Un aprecio mutuo que escapa en gestos y palabras, y va más allá de la aparente realidad. Y al final,
una sentencia disimulada en la obviedad, una advertencia que no se puede
expresar de otro modo, un miedo velado de una mujer que se apaga y teme que se
repita la historia.
Para
mí, se trata sin duda de uno de los episodios más tiernos y bonitos de la
novela, que todavía despierta en mí la emoción al releerla. Ojalá todos tuvierais
un ratito para compartirla.
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